Nuestros 10 mejores del año





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Ante la imposibilidad de hacer una lista completa y exhaustiva de lo más sobresaliente del año (aunque tampoco ha sido la cosa como para tirar cohetes ni petardos-culebrillas), optamos por elegir los diez videojuegos que más nos han gustado, enganchado, emocionado o sorprendido. Ya, faltan grandes nombres como «Skyrim», «Skyward Sword» y alguno más, pero de eso se trata, de elegir la decena fetén según criterio del menda. Por supuesto, se admiten discrepancias constructivas y, ante todo educadas. Allá vamos:
«L.A. Noire»: Litros de Chandler y Hammett (y Hopper, como vemos en la imagen) corriendo por sus venas, una ambientación sencillamente única, animación facial revolucionaria y una trama tapizada en seda y untada en bálsamo del tigre (si al principio algunos casos pueden dejarnos fríos, luego nos inunda el calor de los clásicos). Suficiente para que RockStar se apunte otro diamante en el cinturón de los pesados.
«Portal 2»: El más listo de la clase de aquella mítica «Orange Box» ha tenido por fin una continuación a la altura de su leyenda. Un FPS casi metafísico, con giros y fintas magistrales y la sensación de estar ante algo nuevo. Cuadrículas celestiales peleando contra mentes cuadriculadas.
«Gears of War 3»: El brochazo de oro que cualquier trilogía fundacional querría tener. No solo es más generoso, brutal y anchote que sus predecesores, sino que proporciona unas dosis de emoción épica y compañerismo sobrecogedor que dejan huella. Los lobos esteparios también tienen su corazoncito.
«Kirby Epic Yarn»: Reconozcámoslo: lo nuestro con este juego fue un flechazo al primer deshilachado. Seguramente, el título más imaginativo, bonito, entrañable y «pepito de ternura» de la temporada, sin olvidar los otros dos estupendos juegos que ha protagonizado el sin par Kirby en 2011. Lo borda, concretamente.
«Alice Madness Returns»: Si Dickens y Tim Burton hubiesen compartido un chupito de absenta y opio victoriano, volcando el humo en una consola, el resultado hubiese sido  muy parecido a éste. Escenarios de estómago sucio, surrealismo a cucharadas y alto índice de siniestralidad colocan a American McGee en el cogollo de los elegidos.
«Batman Arkham City»: Si no puedes saltar a un gigante, rodéalo. Pocos rincones quedaban sin explorar del manicomio de Arkham, así que la continuación de uno de los mejores juegos de los últimos años se echó a la calle para alternar con la plana mayor batmaniana en un «airbox» que recuerda a la saga «Infamous». Admirable.
«Saints Row The Third»: Un bad boy al año no hace daño. A la espera de «Grand Theft Auto V», no está mal marcarse una frivolité macarroide con las aventuras lunáticas de una pandilla a la que expulsarían de «Jersey Shore» por abusones. Un chute de humor rijoso, trotonas con pistolones y más guiños sabios de lo esperado. Para darse un gustazo sin que se caigan los anillos.
«ICO/Shadow of the Colossus»: La reedición para las nuevas generaciones de dos de los mejores videojuegos de todos los tiempos siempre es una buenísima nueva. Pura poesía y ensoñación de otra época y otra textura emocional. Caviar de aperitivo ante el solomillo «The last guardian». Y como operación de explotación nostálgica nos parece más cabal que «Ocarina of time 3D» o «Halo Anniversary»
«Williams Pinball Classics»: Con la PS Vita pisándole los talones, la ya venerable PlayStation Portable entona su canto del cisne con títulos como éste, que demuestran su genuino y casi fundacional espíritu emulador. Tal vez sea el más inteligente intento de trasvasar la mecánica celeste de las máquinas del millón en una consola, gracias a una fidelidad y una versatilidad en las perspectivas de las mesas admirables. «Gongar», «Black Knight», «Taxi», «Funhouse»… aquellos maravillosos años.
«Atrapacaras»: Y, como representante de la flamante Nintendo 3DS, hardware del año entre pitos, retrasos y flautas, nos quedamos con este juego «de serie» que, bromas aparte, es de lo más divertido y adictivo con que nos hemos topado este año. Un modelo de arcade a la antigua usanza, con melodía pegadiza, curva de dificultad depurada y simplicidad irresistible y algo «cabronías» (probad a poner el careto de la suegra o el jefecillo de turno en la nave espacial y veréis).

 

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