El libro gordo de los videojuegos





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Aquí que nos gustan tanto las efemérides (sobre todo si hay muertos de por medio), los anuarios y las listas históricas bastante tontainas (principalmente en Navidades; sí, Navidades, algo que siempre se ha dicho y ahora no sé por qué es recibido con grima por los puristas pejigueros del lenguaje) no podíamos dejar pasar la ocasión de rememorar una especialmente notoria para nuestro negociado. Y es que, el pasado día 3 de diciembre, se cumplieron 40 años desde que, en una clase de historia del Instituto Bryant Junior en Minneapolis, el bueno de Don Rawitsch mostró a sus alumnos por primera vez el que es considerado videojuego pionero de la industria (no contamos el boboncio osciloscopio creado en un pispas en los años 50 por William Higinbotham, uno de los padres de la bomba atómica, y que encima ni patentó el muy memo): «Oregon Trail», un rudimento educativo conversacional que demuestra que, mira por dónde, los videojuegos nacieron en un colegio. Al año siguiente, saltarían ya a los bares con el mítico «Pong», que volvió loco al propietario del antro de Sunnyvale, California, donde se instaló por primera vez al creer que estaba estropeado cuando, en realidad, no cabía ni una moneda más en la «hucha» del fulminante éxito que tuvo la maquinita.

Justamente estos «abueletes» conforman las dos primeras páginas «con chicha» de las casi mil de «1001 videojuegos a los que hay que jugar antes de morir» (Grijalbo), uno de esos raros ejemplos de «literatura jugona» que de vez en cuando aparecen por las librerías (junto a ensayos como «Fans, blogueros y videojuegos», misceláneas-gruyere patrocinadas por revistillas del sector o la edición del libro guinness aplicada al ocio electrónico). Pero este tochete no está nada mal, sobre todo en el capítulo de «vieja guardia» y en algunos análisis que no solo inciden en el componente «entretenido» del título sino también en sus ramificaciones sociológicas, caso de «Manhunt». Al ser obra colectiva (coordinada por Tony Mott, redactor jefe de la revista «EDGE» con 30 años de experiencia a sus espaldas), hay de todo, de su padre y de su madre. Algunos echarán en falta más espacio para «Batman: Arkham Asylum», «Heavy Rain» o «Tetris» (mitad de paginilla nada más para uno de los dos o tres títulos más revolucionarios e importantes de todos los tiempos, junto «Pac-man» y «Space invaders»), y menos para numerosas entregas de una misma saga, demasiados simuladores de vuelo (siempre me ha quedado la duda de si ese género en realidad es un «videojuego»), o, sin ir más lejos, los episodios extra de «GTA IV», que estaban bien pero con una PD del principal hubiese bastado.

Personalmente, y escaneando rápidamente el índice, me parece resignadamente lamentable la ausencia de glorias off-topic como «La abadía del crimen» (barriendo para casa), pero extraño el vacío hecho a la saga «Kirby», aunque la cronología del libro llega hasta 2010, y no incluye el magistral «Kirby’s Epic Yarn», uno de los mejores videojuegos de este año (por cierto, intentaremos dar la lista la semana que viene, antes de vacaciones). Pero, ya se sabe, en eso consiste el encanto de este tipo de libros. Lo que sí es cierto es que son todos los que están, incluyendo unos cuantos títulos malditos y rarunos. Y, hablando de títulos, servidor se piensa morir muy ricamente sin probar, por ejemplo, el «Madden NFL 10», pero si por titular de forma sensacionalista venden más ejemplares, el fin justifica los medios. Aunque, desde luego, no le hace falta a un libro tan espléndido y recomendable como este.

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